Daniel Noboa se hizo elegir con promesas que a la postre se convirtieron en mentiras, Noboa sume al país en una profunda crisis energética y económica, asalta la embajada de un país amigo, amenaza al alcalde de Guayaquil, a plena luz del día pone como política de Estado deshacerse de su vicepresidenta, descalifica candidatos, remueve y coloca jueces, saquea los fondos públicos, y un sinfín de operaciones grotescas con el fin de asegurar una reelección.
Sin embargo, detrás de los aparentes objetivos perseguidos por el presidente, subyacen las verdaderas metas de un imperialismo en franca decadencia, que viéndose amenazada su hegemonía global saca a relucir su lado más violento. No digo con esto que Daniel Noboa sea un genio de la estrategia política, por el contrario, es un simplón torpe similar a un niño tratando de controlar un nido de hormigas, completamente inconsciente e ignorante de las auténticas tramas que a sus espaldas se fraguan. Decir que Noboa es un peón en el juego de ajedrez de la geopolítica internacional, es darle mucho crédito a alguien que apenas puede hablar el idioma.
En el caso de América Latina, a todas luces el imperialismo busca desestabilizar nuestras ya de por sí débiles democracias burguesas, promoviendo la llegada al poder a integrantes del sector más descompuesto de la burguesía terrateniente con rezagos feudales y directamente involucrada (consciente o inconscientemente) con el narcotráfico y el crimen organizado. Gente sin pudor ni escrúpulos que están dispuestos a hacer lo que sea, a plena luz del día y sin que se les ruborice las mejillas por la vergüenza que cualquier ciudadano virtuoso sentiría. un sector lumpen de la burguesía. Lo vemos a un paciente mental como Milei y un aparente farmacodependiente como Daniel Noboa.
Los caprichos del señorito Noboa expresadas en profundas estupideces políticas no obedecen necesariamente a un objetivo de reelección, estas torpezas no son más que acciones de un plan más grande que busca la destrucción de la institucionalidad, la pérdida de la confianza en las instituciones, la pérdida de la fe pública, el saqueo y concentración de los recursos nacionales para crear desigualdad; promover el miedo, el odio, la polarización y el enfrentamiento entre los trabajadores. El imperialismo, una vez más, crea una vez más el caldo de cultivo que dará como resultado la aparición de expresiones ultra reaccionarias y una extrema derecha dispuesta a todo.
Vivimos un verdadero proceso de nazificación de nuestras sociedades que se caracteriza por un desmantelamiento progresivo de los valores democráticos y la imposición de políticas que normalizan la violencia, el odio y la exclusión. Ante este panorama, debemos entender que la nazificación no comienza con campos de concentración ni con ejércitos marchando en las calles, sino con pequeñas concesiones cotidianas: tolerar discursos que deshumanizan, aceptar medidas autoritarias «por el bien de la seguridad» y justificar el saqueo como una «necesidad económica». Es un proceso que avanza poco a poco, debilitando los cimientos de nuestras sociedades mientras alimenta la apatía y la resignación de los ciudadanos.
Esto combinado con la enfermiza obsesión de colocar bases extranjeras, en nuestros territorios, deja en claro que la necesidad final es convertir a nuestro continente en punta de lanza para las próximas conflagraciones globales. América Latina, rica en recursos estratégicos y con una posición geopolítica clave, es vista como el tablero perfecto para las potencias en decadencia que buscan sostener su hegemonía a cualquier costo. Estas bases no son solo instalaciones militares; son símbolos de subordinación, enclaves desde los cuales se planifica y ejecuta la expoliación de nuestras riquezas y se reprime cualquier intento de resistencia soberana. Su instalación es una afrenta directa a nuestra autodeterminación y un recordatorio de que no estamos ante gobiernos nacionales, sino ante administradores al servicio de intereses externos.